En los últimos días, he visto a estudiantes y académicos del Derecho salir a la calle para defender su profesión. Desde el poder y sin reflexión se pretende, no solo destruir a la suprema corte, sino además lesionar la práctica de la jurisprudencia.
En teología el acto de fe se define como el impulso humano en el cual el creyente se abandona a Dios, se da cuenta de su existencia y de su soberanía.
Al terminar el bachillerato, entré en la duda sobre la futura profesión, quería ser arqueólogo, siempre he tenido pasión por nuestro rico pasado prehispánico. La famosa Universidad Autónoma de Guadalajara llegó a mi escuela a promocionar sus servicios, y en su oferta se encontraba la carrera de mis sueños, la cosa no terminó bien, no vi condiciones para cumplir el anhelo.
Opté por lo que más se acercaba a mi interés por las humanidades e ingresé a dos escuelas: la Normal Superior, para ser profesor de historia, y la otra, la Facultad de Jurisprudencia en busca de ser abogado.
Confieso que los primeros años en la facultad pasaron sin pasión. Mi acto de fe, en términos de amor al Derecho, sucedió al ser contratado como auxiliar del procurador federal del trabajo, frente a mí, un obrero narró las injusticias que padecía. En ese instante me conquistó la carrera que hasta entonces veía con desdén.
La fe se tiene que cultivar y la vida me dio varias oportunidades para aumentar la que yo tengo en la jurisprudencia. Una se presentó cuando tuve la oportunidad de ser funcionario del poder judicial de Coahuila, tengo el orgullo de sumar a mi currículum los cargos de actuario en un juzgado y secretario de una sala del tribunal local.
Otra oportunidad para fortalecer mi fe en el Derecho se dio en 2009, al asumir la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados. En aquellos años se discutía sobre lo que hoy es la gran reforma de 2011, que transformó nuestro sistema de derechos humanos.
En mis años escolares me sumé al interés de tener una mejor universidad y facultad. Hoy recuerdo con cariño y orgullo mis modestos esfuerzos en aquellas luchas estudiantiles y por ello veo con gran simpatía a los estudiantes que se preocupan por una reforma que va a destruir su profesión.
Me molestan las descalificaciones a los estudiantes de las universidades públicas y privadas. La autoridad y Morena no quieren dialogar con ellos. Quieren sacar sin consenso y por la fuerza un cambio constitucional donde no se cuenta con la legitimidad de la deliberación democrática. El próximo miércoles, el Senado mexicano decidirá sobre el rumbo del país, de su democracia, de su sistema de justicia y también sobre el ejercicio de la abogacía.
Nadie que ahora sea estudiante de Derecho puede darse el lujo de estar ajeno a lo que se discute, y mucho menos puede abdicar del eterno derecho que tienen los jóvenes a rebelarse y luchar por su futuro.
En mi mente guardo el texto donde pedía la salida de un funcionario escolar y las imágenes de aquel joven, que con algo de miedo se colocó en la puerta de la escuela a distribuirlo, también en mi memoria conservo como uno de mis panfletos fue quemado frente a mí y la risa de aquel director cuando lo leyó.