El pasado tres de junio murió en Tubinga, Alemania, el extraordinario teólogo Jürgen Moltmann. Había nacido en Hamburgo en 1926. Tenía 98 años. En 1952 se casó con la teóloga feminista Elisabeth Wendel, con quien tuvo cuatro hijas.
En 1944, en la Segunda Guerra Mundial, fue obligado a alistarse en el ejército. En 1945 se rindió sin haber disparado una sola bala. De 1945 a 1948 estuvo en campos de prisioneros de guerra en Bélgica y Gran Bretaña. Hay un paralelismo con el futuro Benedicto XVI, quien también fue alistado en las fuerzas armadas y de igual manera cayó prisionero al término de la guerra.
Un capellán estadounidense le regala un texto del Nuevo Testamento. Se une a un grupo de creyentes, y en un proceso cada vez más profundo, se identifica con el cristianismo. En el campo de Nottingham, Gran Bretaña, se encuentra con estudiantes de teología. Lee su primer libro de teología: La naturaleza y destino del hombre, de Reinhold Niebuhr, que le marcó decisivamente.
Ya libre, de regreso en Alemania, formó parte del primer movimiento de estudiantes cristianos. Cursó sus estudios en Gotinga, donde la mayoría de los profesores, seguidores de Karl Barth, integraban la Iglesia Confesante. Desde 1967 fue profesor de teología sistemática en la Universidad de Tubinga.
Es uno de los teólogos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Realizó una revolución de las ideas teológicas que tuvieron importantes repercusiones en los campos de la cultura, la política, la ecología y el diálogo con el ateísmo.
En 1964, Moltmann publica La teología de la esperanza y con ese texto funda una corriente de pensamiento teológico. Ahí llega a partir de la lectura de El principio esperanza, del filósofo alemán Ernst Bloch, que le plantea la pregunta: ¿Por qué la teología cristiana ha pasado de largo ante el tema del futuro y de la esperanza cuando eran el fundamento y el resorte del pensar teológico?
A principios de la década de 1970 publica El Dios crucificado. El teólogo español José Tamayo asegura que el libro supuso una revolución en la imagen de Dios: del Dios “motor inmóvil” de Aristóteles, al Dios crucificado, que se identifica con las víctimas. El sufrimiento de Dios, de Cristo, del mundo y de los seres humanos constituye la más severa crítica de los viejos atributos divinos: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, impasibilidad, infinitud, felicidad celestial no compartida e indiferencia ante el mundo.
De la teología de la liberación creada en América Latina, dijo que era “la primera teología cristiana contra el capitalismo”. Afirmo que lo que más le unió a ella fue el brutal asesinato de seis jesuitas y dos mujeres en la Universidad de San Salvador en noviembre de 1989. En 1994, peregrinó hasta la tumba de Ignacio Ellacuría y sus compañeros. En el buró de uno de los padres asesinados estaba su libro, La teología de la esperanza.
Hacia el final de su vida, trabajó en su teología de la creación, la cual busca conciliar los derechos humanos, los derechos sociales, los derechos económicos y los derechos de la tierra, y armonizar la justicia económica con la justicia ecológica. Sus libros son y seguirán siendo fuente de inspiración para caminar hacia la construcción de la utopía por el camino de la esperanza.
Por cierto, si hablamos de Moltmann y la opción preferencial por los pobres, nadie puede asumir que libera a sus semejantes si los convierte en dependientes del auxilio que les presta o los amenaza con retirarles el mismo, si no siguen una determinada conducta.
Rubén Moreira Valdez