No son pocos los ejecutivos locales que, ante una escalada de violencia, descalifican la crítica.
Los últimos acontecimientos relacionados con dos famosos delincuentes han provocado una crisis internacional y confirman que la política en materia de seguridad es un fracaso.
No se puede negar que tenemos tres sexenios en un clima de tensión y violencia, pero tampoco se puede dejar de reconocer que hay territorios tranquilos y en paz, por ejemplo: Yucatán, Coahuila, Aguascalientes y Querétaro. Algunas de estas entidades conviven con otras de extrema violencia, tal es el caso de Coahuila, vecino de Nuevo León.
Por cierto, el estado que gobierna el polémico Samuel García, ha superado los mil homicidios en este 2024. Además, mientras el mitómano político inventa fantasías de todo tipo, amplias zonas de la entidad se encuentran bajo el dominio del crimen. Nuevo León vivió momentos difíciles en la primera década del siglo y con mucho esfuerzo recuperó la paz. En la tarea participó un gobierno con voluntad y una sociedad comprometida.
¿Por qué se padece la violencia? ¿Se puede vencer al crimen? ¿Por qué una entidad que recuperó la tranquilidad tiene un retroceso? Van respuestas y comentarios.
Primero.- A los criminales, y en especial a los narcotraficantes, la autoridad no les puede mandar mensajes dubitativos o inciertos y mucho menos permisivos. Ellos están fuera de la ley y, por lo tanto, se les debe combatir sin pretexto.
Segundo.- Las y los gobernadores son el factor fundamental para lograr la paz, sólo ellos pueden coordinar los esfuerzos para enfrentar al crimen. Sé de muchos que buscan el menor pretexto para no intervenir y varios se escudan en el argumento de la falta de competencia legal.
No son pocos los ejecutivos locales que, ante una escalada de violencia, minimizan y descalifican la crítica de buena fe: el resultado es que pronto la situación se agudiza. Hidalgo y Tabasco son ejemplo de lo anterior.
Tercero.- Hay sociedades donde el crimen ha construido normalidad: se relacionan con la población, generan vínculos económicos, participan en la política, construyen popularidad o resignación ante la realidad, impulsan una contracultura y, en algunos casos, mantienen una relativa tranquilidad. En estos territorios volver a la paz verdadera será más difícil.
Cuarto.- El poder del Estado siempre será mayor que el de los delincuentes. Sin embargo, la seguridad y la justicia no se encuentran en el centro de las políticas públicas ni en el interés de los gobernantes. Una buena parte de los políticos utilizan la famosa estrategia “HP” y otros caen en la estúpida tentación de dialogar con el crimen o pedir “ayuda” al mismo.
Quinto.- El fenómeno delictivo, en muchas ocasiones, se enfrenta a la inexperiencia, las falsas concepciones y la comodidad. Dejar hacer y dejar pasar es una constante de muchos gobiernos, a ello hay que sumarle el miedo a enfrentar costos políticos. Iniciar la lucha contra el crimen organizado, no pocas veces, representa un alza momentánea de la violencia, que se traduce en críticas de buena y mala fe.
Advierto que ya no queda mucho tiempo para recuperar a México. De no hacerlo, es fácil predecir: el país que conocemos se convertirá en un narcoestado, con un gobierno paralelo.
P. S. “HP” significa hacerse pendejo.
Rubén Moreira Valdez