Las imágenes de cuerpos sin vida, tal vez más de 20, circularon por las redes sociales; junto a ellos, un criminal los remata. Los hechos sucedieron en Chiapas y las autoridades rompieron el silencio cuando la nota saltó a uno de los principales diarios del país. Para ese momento los cuerpos, al parecer de gavilleros, entre ellos algunos extranjeros, se pudrían al sol.

En las playas de Acapulco, ante los ojos de los pocos turistas que van al puerto, aparecen cuerpos mutilados. La arena donde se broncea un extranjero o corren los niños de una familia que se escapó del tedio de la ciudad son escenario de imágenes espeluznantes. Es difícil saber si los homicidios se contabilizaron, pues en las estadísticas oficiales de esos días no aparecieron los registros.

En Baja California es asesinada una empresaria que se atrevió a denunciar el cobro de piso a los productores de su estado. Le quitaron la vida de forma artera y cobarde. Para cuando escribo la columna ya nadie habla del tema. El famoso cobro de “protección” es una práctica común y extendida en todo el país. Lo pagan desde humildes comerciantes y productores hasta grandes cadenas hoteleras, y sus efectos ya se perciben en la inflación.

En el país, en este sexenio, le han arrebatado la vida a cerca de 200 mil personas. Sin embargo, la violencia se ha normalizado y parece importarle poco al ciudadano. En México no se ven las grandes manifestaciones que en otras naciones se suscitan ante los asesinatos bestiales. Tampoco hay reacciones de las organizaciones empresariales y sindicales.

La normalización de la violencia es una conducta que se ha instalado en el país y que se nutre de varias acciones y omisiones de la sociedad y los políticos. 1).- Desde el gobierno se ha construido la creencia que es un mal sin remedio, esto sucede de manera sutil, cuando se insiste que los homicidios son producto de una guerra declarada por Calderón y no resuelta por Peña Nieto, 2).- Muchos gobiernos de manera consciente o inconsciente difunden una falacia: “Se matan entre ellos” haciendo pensar que la muerte no acecha a la persona común, 3).-La clase política poco habla de la violencia y solo voces aisladas critican a los gobernantes omisos, de tal manera que si no hay crítica, tampoco hay comparación. 4).- Actores nacionales de peso, como empresarios o líderes laborales, no llaman a cuentas a los políticos, y en muchas ocasiones hasta evaden el tema.

A lo anterior, se suma la tendencia humana para adaptarse a las circunstancias e incluso a negarlas o no visibilizarlas. Muchos alemanes que vivían a escasos kilómetros de los campos de concentración y exterminio juraron que no sabían lo que allí sucedía.

Me gustaría pensar que con el próximo gobierno se va a terminar con el baño de sangre. Me desalienta que en lo poco que sabemos de la propuesta de seguridad, salvo el nombre del secretario, no hay nada nuevo. Lo que me queda claro es que dentro de seis años ya nadie les va a creer que todo es culpa de Calderón.

“La muerte tiene permiso” es el título de un famoso cuento del maestro Edmundo Valadés, relata el homicidio de un cruel cacique. En la narración, el permiso para asesinarlo lo otorga la razón y la justicia de un pueblo oprimido. Ahora, el permiso de tantos crímenes lo concede la normalización de la violencia y el silencio de políticos, empresarios y líderes obreros.

Rubén Moreira Valdés